DOS
Ana Cristina Salazar Yuste
Inclinó
la botella y apuró las últimas gotas de ron. El vidrio se escurrió de su mano
izquierda y cayó a sus pies; un cúmulo de basura lo amortiguó. Tambaleándose
llegó hasta la ventana y allí, como cada noche, halló sus viejos prismáticos
del ejército en el alfeizar.
Por inercia se palpó el muñón, tal vez con la
esperanza perenne de que la amputación fuese un desvarío, una pesadilla de la
que poder despertarse. Pero no, se maldijo para sus adentros cuando sus dedos
repasaron la fea y áspera costura de su codo.
Enfocó los binoculares hacia el edificio de
enfrente.
—Vamos, pequeña, ¿dónde andas hoy? —murmuró.
Y como en respuesta, una luz se encendió en la
penumbra de la noche, invitándole a adentrarse en secreto a esa alcoba, que
aunque tan cercana, se le antojaba en otra dimensión.
—Eso es, quítatelo todo… —suplicó.
La joven se deshizo la trenza y revolvió su
negro pelo que cayó en cascada por su espalda. Se fue desvistiendo con
presteza; la lencería de encaje cubría sus partes íntimas, mas quedaron al
descubierto sus marcadas curvas.
Muchas fueron las veces en las que se imaginó
saliendo a la calle y llamando a su puerta para mirar de cerca sus dos ojos,
para saborear sus dos labios, morderle las dos ojeras, palpar sus dos cachetes,
apretar sus dos senos, abrir sus dos piernas…dos, dos, dos…
Volvió a mirarse el muñón. Una prominente
erección amenazaba con hacer saltar la cremallera. El trozo de brazo que aún
conservaba se movía arriba y abajo en un acto reflejo.
—¡Maldita sea! ¡Dos! ¡Necesito las dos manos! —exclamó con rabia soltando los
prismáticos para liberar su anhelo…