Miras al horizonte y divisas la
línea que separa el mar del cielo en una recta paralela e infinita a la tierra.
Te contemplas a ti mismo y a los rostros de la muchedumbre, y ves las perfectas formas de todo cuanto nos
rodea…si amas la naturaleza, a la esencia propia de la sabia madre, amas las
matemáticas, pues de eso está compuesta. Allá donde mires hay dígitos, signos,
figuras geométricas, leyes físicas, químicas, fórmulas, teoremas y teorías
científicas… basta con que quites tus gafas opacas y mires a través del prisma
de la verdad fehaciente…
Yo creo, no creer es una
contradicción pues al creer que no crees, mismamente estás creyendo. Creo en el
Hombre de Vitruvio, en las descripciones del Canon de las proporciones humanas
de Leonardo Da Vinci, creo en las ideologías que yo misma ideé para aceptarme y
creo de manera excéntrica en el trébol de cuatro hojas.
Hay quien habla del trifolio como
un amuleto de la suerte, pero es mucho más que eso; es la representación misma
de todo en uno, del círculo, del cuadrado, del triángulo, de la simetría, es
sencillamente la casualidad perfecta. Es el símbolo originario del amor, cuatro
corazones que se enlazan en el tallo como una cometa; es el verde esperanza y
la evidencia de la teoría evolutiva de las especies…
Fíjense, en él se reúnen cuatro
grandes entresijos: existencia, omnisciencia, ciencia y creencia…como una
poesía de rima consonante, como una estrella que converge en un mismo punto,
tal como el misterio del por qué, del quién, del cuando y el cómo, así como los
cuatro elementos, tierra, agua, fuego y aire…
Al trébol de cuatro hojas, el de
la vida, pocos lo localizan y menos aún llegan a conocer la fastuosidad de sus
entramadas raíces y su complejo organismo, aunque a simple vista sea una menuda
entidad…el truco no está en buscarlo, sino dejar que él nos encuentre…