Las musas no tienen dueño.
Las musas, mi musa, es
libertina.
Le gusta andar de mano
en mano, arrastrándose por el torrente febril de cualquier lírico que le
implora, destilando viveza a la mente tiránica que dicta los versos a una pluma
sumisa.
Te atrae con sus brazos
dulces, te seduce con sus caricias de gloria, te hechiza y te besa con esos
labios traicioneros que enmudecen las verdades encubiertas, maquillándolas con
elegante carmín rojo.
Se exhibe como un ser
alado, de almizcle y rosas, escondiendo bajo sus suaves pétalos las espinas
agudas que rasgan al tacto la piel y la hiere en úlceras sanguinolentas, dolorosas, que
escuecen y no cicatrizan, sólo escarchan en pústulas de témpano.
Infiel y traidora, se
olvida de tu nombre y deserta. Prostituta que comercia con los orgasmos
lésbicos, las orgias metafóricas y la lujuria de las noches de insomnio.
Viene y va, y en el
vaivén te devora, en esa ausencia interminable que desuela y que te trae de
vuelta la calma a su retorno.
Cuando sin despedirse
se aleja, en su vacío de furia te llena, mas te inspira la deidad de hembra
déspota, que sin estar se hace patente.
Idea, soplo, ingenio,
sugestión, estímulo: poesía…
Me gusta, no sé que decir, evidentemente no tengo ninguna musa cerca de mí en este momento para hablar de la tuya pero intuyo que quieres explicar lo que sientes cuando creemos que una idea pasa como un rayo por nuestra mente y nos deja esa tenue sensación de haber captado algo brillante que debemos materializar en forma de escritura, sí, me gusta, sigo sin saber que decir. Lo siento.
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