martes, 26 de agosto de 2014

GANADORES DEL II CONCURSO INTERNACIONAL DE RELATOS PECAMINOSOS

El jurado del Segundo Concurso Internacional de Relatos Pecaminosos organizado por Contacto Latino anunció su selección para la antología “Te veré en el clímax y otros relatos pecaminosos”© que será publicado por Pukiyari Editores, bajo su sello Kulei, en papel y digital.
Con la participación de 490 relatos provenientes de 25 países se cerró con éxito la segunda convocatoria internacional, siendo primeramente 100 los relatos  pre-seleccionados, de los cuales 25 fueron finalmente elegidos para conformar el libro.
Mi relato "La venganza servida en plato caliente", estará en esta atrevida antología.

Aquí el enlace a la noticia: http://contacto-latino.com/redzin/1085468/anuncian-ganadores-del-ii-concurso-internacional-de-relatos-pecaminosos-contacto-latino/

miércoles, 6 de agosto de 2014

REVISTA FERIA REAL FERNÁN NÚÑEZ 2014



LA TIERRA NO CABE EN UNA MALETA

“La tierra no cabe en una maleta”, decía mi abuelo.   
Así los veía partir él, como ahora yo los veo, a una lejanía imprevista, cargados de avíos y  el peso amargo de sentir que no se lleva equipaje, sólo un billete de ida en el bolsillo y una foto de recuerdo.  
Expectación, incertidumbre, melancolía, tristeza en sus miradas.
Así partían y así parten.
Lloran como lo hace el recién nacido al corte tajante del cordón umbilical, enclave vital que le une a las entrañas de su madre, a la seguridad única y al calor reconfortante del hogar. Como hijos, la sangre que recorre las venas no se elige, la patria que te ve crecer, tampoco; es tu sello, tu identidad, tu acento. Secan sus lágrimas en el escudo de la bandera que les representa y que a su pesar no les arropa.
No hay remedio ni consuelo. Tampoco hay adiós. Nunca lo hay, porque uno no se despide de sí mismo, supongo, uno no se extirpa sus raíces del todo, pues aunque pueda el corazón asentarse y brotar en otra hacienda, la semilla sólo da buen fruto en el suelo donde germinó. Naces amapola en el trigal, jaramago entre olivos,  azahar de un naranjo, geranio en una reja: naces donde te siembran y allí floreces.
La nación de uno no es algo que se pueda llevar de viaje y portar de un lado a otro, como el canastillo de mimbre en brazos de una gitana cruzando el puente, así como no deberían repartirse las usanzas y tradiciones, las oportunidades, cual claveles granas por un puñado de monedas.
Qué dichoso el destino nuestro, el de los humanos sedentarios, moviéndonos forzados por una realidad torcida y un futuro opaco. Con la libertad soñamos y nos cortan las alas, que no se es más libre por no tener límites geográficos, sino por poder decidir dónde, cuándo y por qué estar.
Reflexiono y me estremezco. Ahora estoy aquí, mañana quién sabe…
Y me quedo pensando ante el andén, contemplando los dos raíles paralelos, infinitos: pasajeros al tren. Y un avión parte en dos el cielo, rompiendo la barrera del sonido, dejando una estela de humo blanco en un cielo azul que debería tornarse verde esperanza: aves migratorias. Y un barco zarpa en el muelle, removiendo un mar en calma que acorta la distancia interminable entre territorios, continentes que se hunden y ahogan en la incomprensión del ir y venir: olas peregrinas.
Así volvían y así vuelven. Con los brazos abiertos a su gente y la alegría de respirar el aire que lleva su esencia, el regocijo de pisar las tablas del pasado. Rememorar y volver a vivir. Partir, siempre hay que partir…
La tierra no cabe en una maleta, porque, sencillamente, nosotros somos el bagaje.

Dedicado a todos los emigrantes, los de ahora, los de antes y los de siempre, forzados a salir en busca de un próspero porvenir, y en especial, a Balduino González, por el afecto que profesa a Fernán Núñez y sus paisanos.

Ana Cristina Salazar Yuste

domingo, 3 de agosto de 2014

REVISTA IV GRAN VERBENA EL HIGUERAL



QUE NO SE PIERDA


Que no se pierda la fuerza en la mirada de los ojos guerreros que confiesan, entre parpadeos, mil batallas; la sencillez en el semblante sin retoques, cubierto por el maquillaje polvoriento de otra época, y el arreglo singular en las mejillas del colorete que da la edad: arrugas.
Que no se nos escape entre los dedos la arena del reloj, ni con las prisas que nos va marcando el tiempo se desatiendan los besos y los abrazos, a veces tan poco valorados, ni se evapore el sabor de los pucheros cocidos a fuego lento, aderezados con el amor único de los fogones: los de la abuela, que nunca se apaguen.
Que no esperemos a la hora última en que se desvanezca, para estrechar sus manos añosas y admirar su piel de mujer valiente, de hija, de esposa, de madre, de sabia consejera de la vida, porque así será para todos: el mismo juego, las mismas reglas, el mismo punto final en la partida. Ya a otros perdimos, a todos nos ha pasado, y se nos partió el corazón al verles partir a un cielo impreciso que nos hace creer en un futuro reencuentro, para unos lejano, para otros contiguo.
Ahora es el momento, cuando aún nos pertenece y su presencia en el sillón no es una evocación melancólica. Ahí está,  aguardando paciente a la espera de ser escuchada, de ser lo que se merece: la señora y dueña de su hogar, el agua misma que riega sus macetas, el fino hilo que teje y maneja el croché, el oído sordo que precisa repeticiones, el miedo a perderse para siempre.
Somos hoy renacer de un mañana y mañana seremos ella, la anciana, constituyendo una rama quebradiza del extenso árbol genealógico, perderemos la cabeza y necesitaremos un bastón que sostenga el peso de nuestros pasos lentos y cansados, con el pulso estremecido y la sangre cristalizada. Pretenderemos, entonces, no perdernos en esa vuelta de tuerca. Seremos el pez que se muerde la cola, la ilusión óptica de una rueda giratoria, la paradoja del destino.
Que no, que no quede a la espera encarcelada en un paréntesis, que no sea su presencia un problema, un obstáculo; que no se anegue en lágrimas de soledad y tristeza, que no pierda la ilusión y se convierta en un nido de canas consumiéndose en el lecho del abatimiento.
La voz de la experiencia que no se silencie, el alma noble que no se lastime, el esfuerzo que entregó que sea gratificado.
Que no caiga en el olvido. La sonrisa de la abuela: que no se pierda…

Dedicado a Francisca Mendoza Pavón, mi abuela.

Ana Cristina Salazar Yuste.