QUE
NO SE PIERDA
Que
no se pierda la fuerza en la mirada de los ojos guerreros que confiesan, entre
parpadeos, mil batallas; la sencillez en el semblante sin retoques, cubierto
por el maquillaje polvoriento de otra época, y el arreglo singular en las
mejillas del colorete que da la edad: arrugas.
Que
no se nos escape entre los dedos la arena del reloj, ni con las prisas que nos
va marcando el tiempo se desatiendan los besos y los abrazos, a veces tan poco
valorados, ni se evapore el sabor de los pucheros cocidos a fuego lento,
aderezados con el amor único de los fogones: los de la abuela, que nunca se
apaguen.
Que
no esperemos a la hora última en que se desvanezca, para estrechar sus manos
añosas y admirar su piel de mujer valiente, de hija, de esposa, de madre, de
sabia consejera de la vida, porque así será para todos: el mismo juego, las
mismas reglas, el mismo punto final en la partida. Ya a otros perdimos, a todos nos ha pasado, y se nos partió el
corazón al verles partir a un cielo impreciso que nos hace creer en un futuro
reencuentro, para unos lejano, para otros contiguo.
Ahora
es el momento, cuando aún nos pertenece y su presencia en el sillón no es una
evocación melancólica. Ahí está,
aguardando paciente a la espera de ser escuchada, de ser lo que se merece: la señora y dueña de su hogar, el agua misma que
riega sus macetas, el fino hilo que teje y maneja el croché, el oído sordo que
precisa repeticiones, el miedo a perderse para siempre.
Somos
hoy renacer de un mañana y mañana seremos ella, la anciana, constituyendo una rama quebradiza del extenso árbol genealógico, perderemos
la cabeza y necesitaremos un bastón que sostenga el peso de nuestros pasos
lentos y cansados, con el pulso estremecido y la sangre cristalizada. Pretenderemos,
entonces, no perdernos en esa vuelta de tuerca. Seremos el pez que se muerde la
cola, la ilusión óptica de una rueda giratoria, la paradoja del destino.
Que
no, que no quede a la espera encarcelada en un paréntesis, que no sea su
presencia un problema, un obstáculo; que no se anegue en lágrimas de soledad y
tristeza, que no pierda la ilusión y se convierta en un nido de canas
consumiéndose en el lecho del abatimiento.
La
voz de la experiencia que no se silencie, el alma noble que no se lastime, el
esfuerzo que entregó que sea gratificado.
Que
no caiga en el olvido. La sonrisa de la abuela: que no se pierda…
Dedicado a Francisca Mendoza Pavón, mi abuela.
Ana
Cristina Salazar Yuste.
Que bien expresado está la amnesia del que se creé joven de por vida y no necesita aprender más, menospreciando toda la sabiduría de nuestros "mayores" olvidándonos de que antes han sido ellos y que les debemos todo lo que somos, les debemos respeto, consideración, reconocimiento y demostrárselo hoy, no mañana
ResponderEliminarFantástico, como todo lo que escribes. Enlazas palabra y sentimiento como el caudal transparente de un arroyo. Muchas felicidades y mil gracias por compartir.
ResponderEliminarMaica - alsurdelostambores.blogspot.com,es
Que orgullo de nieta,Una carta preciosa,enhorabuena por ser así y querer tanto a tu abuela
ResponderEliminarQue orgullo de nieta,enhorabuena por ser así y querer tanto a tu abuela
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