miércoles, 6 de agosto de 2014

REVISTA FERIA REAL FERNÁN NÚÑEZ 2014



LA TIERRA NO CABE EN UNA MALETA

“La tierra no cabe en una maleta”, decía mi abuelo.   
Así los veía partir él, como ahora yo los veo, a una lejanía imprevista, cargados de avíos y  el peso amargo de sentir que no se lleva equipaje, sólo un billete de ida en el bolsillo y una foto de recuerdo.  
Expectación, incertidumbre, melancolía, tristeza en sus miradas.
Así partían y así parten.
Lloran como lo hace el recién nacido al corte tajante del cordón umbilical, enclave vital que le une a las entrañas de su madre, a la seguridad única y al calor reconfortante del hogar. Como hijos, la sangre que recorre las venas no se elige, la patria que te ve crecer, tampoco; es tu sello, tu identidad, tu acento. Secan sus lágrimas en el escudo de la bandera que les representa y que a su pesar no les arropa.
No hay remedio ni consuelo. Tampoco hay adiós. Nunca lo hay, porque uno no se despide de sí mismo, supongo, uno no se extirpa sus raíces del todo, pues aunque pueda el corazón asentarse y brotar en otra hacienda, la semilla sólo da buen fruto en el suelo donde germinó. Naces amapola en el trigal, jaramago entre olivos,  azahar de un naranjo, geranio en una reja: naces donde te siembran y allí floreces.
La nación de uno no es algo que se pueda llevar de viaje y portar de un lado a otro, como el canastillo de mimbre en brazos de una gitana cruzando el puente, así como no deberían repartirse las usanzas y tradiciones, las oportunidades, cual claveles granas por un puñado de monedas.
Qué dichoso el destino nuestro, el de los humanos sedentarios, moviéndonos forzados por una realidad torcida y un futuro opaco. Con la libertad soñamos y nos cortan las alas, que no se es más libre por no tener límites geográficos, sino por poder decidir dónde, cuándo y por qué estar.
Reflexiono y me estremezco. Ahora estoy aquí, mañana quién sabe…
Y me quedo pensando ante el andén, contemplando los dos raíles paralelos, infinitos: pasajeros al tren. Y un avión parte en dos el cielo, rompiendo la barrera del sonido, dejando una estela de humo blanco en un cielo azul que debería tornarse verde esperanza: aves migratorias. Y un barco zarpa en el muelle, removiendo un mar en calma que acorta la distancia interminable entre territorios, continentes que se hunden y ahogan en la incomprensión del ir y venir: olas peregrinas.
Así volvían y así vuelven. Con los brazos abiertos a su gente y la alegría de respirar el aire que lleva su esencia, el regocijo de pisar las tablas del pasado. Rememorar y volver a vivir. Partir, siempre hay que partir…
La tierra no cabe en una maleta, porque, sencillamente, nosotros somos el bagaje.

Dedicado a todos los emigrantes, los de ahora, los de antes y los de siempre, forzados a salir en busca de un próspero porvenir, y en especial, a Balduino González, por el afecto que profesa a Fernán Núñez y sus paisanos.

Ana Cristina Salazar Yuste

1 comentario:

  1. Si, un bonito homenaje a los emigrantes que dejan su entorno querido, sus seres amados, sus ilusiones perdidas, en pos de una "seguridad económica" en un destino incierto. No soy la persona más indicada para comprender que se siente en la incertidumbre de la situación de un emigrante, pero leyendo tu relato, no puedo dejar de conmoverme. Gracias Ana.

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