EL PRIMER
SUJETADOR
Ana
Cristina Salazar Yuste
El tejido
de algodón llevaba bordada la primavera en la tela blanca. Florecillas de
colores lo adornaban por doquier, conservando la inocencia en una prenda tupida
de connotaciones femeninas. Un lacito rosa coronaba el centro, marcando el
punto medio que separaba el casco izquierdo del derecho. No llevaba aros ni
relleno, su diseño básico tenía la única
pretensión de disimular unos senos que empezaban a florecer.
Era el
regalo de cumpleaños de una abuela anhelante de ser testigo y cómplice en el
desarrollo de su nieta. Venía en una caja de cartón, junto a unas braguitas. Tal cual quedó embalado durante unos meses, hasta que llegó el momento
oportuno.
No traía
manual de instrucciones, mas el broche, de dos corchetes, resultó a priori de
una gran complejidad que precisó práctica y habilidad para su manipulación.
Se oprimía
al torso, marcando la piel con una gomilla que apretaba e incomodaba, que
invitaba a liberar los dos secretos. Afortunadamente, con el uso y el agua
caliente, cedió hasta amoldarse.
Su jornada
era de un día. Fue el primero, no tenía muchos rivales, iba del cajón al busto
y de éste a la lavadora, en un ciclo semanal que no duró mucho tiempo pues
antes de cumplir las cuatro estaciones quedó obsoleto.
Su calidad
era indiscutible, no obstante la elasticidad no estaba entre sus atributos. Fue
por eso que, a medida que aumentaba el tamaño de las curvas que debía
custodiar, su firmeza fue insuficiente. Se hizo necesaria la destitución y el reemplazo.
Quedó de
nuevo confinado en su envoltorio original como un bonito recuerdo que yace, a
día de hoy, caduco entre lencería de transparentes encajes y suaves sedas.
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